Este proyecto nació de la manera más inesperada. Una invitación a participar en Partidas, un festival de arte contemporáneo en el campo, me llevó a explorar diversas ideas sin encontrar una dirección clara. Sin embargo, un día, mientras sumergía una flor en un bote de porcelana, comprendí que, sin darme cuenta, ya estaba trabajando en la obra. Fue un momento de revelación, donde todo cobró sentido.
El verdadero punto de partida de esta instalación no fue solo una idea repentina, sino un ritual cotidiano: mi recorrido diario de casa al taller. A lo largo del camino, me acompañan unos árboles fascinantes pertenecientes al género Brachychiton, conocido por su diversidad de especies que se encuentran en las partes tropicales de Australia. Estos árboles, adaptados tanto a áreas secas como a la selva tropical, se destacan por su resistencia y belleza, cualidades que me inspiraron profundamente.
Entre ellos, el kurrajong (Brachychiton populneus) y el árbol de llama Illawarra (Brachychiton acerifolius) destacan no solo por su adaptabilidad y resistencia, sino también por sus espectaculares flores carmesí que adornan el paisaje con una belleza impactante. Las hojas de estos árboles, profundamente lobuladas, y sus grandes flores en forma de campana que se agrupan en racimos al final de las ramas, evocan la complejidad y la armonía de la naturaleza, un equilibrio que busco reflejar en mi obra.
Estos árboles me recordaron la relación intrínseca que compartimos con la naturaleza, una relación que es a la vez de dependencia y de intervención. Al igual que las semillas del Brachychiton, protegidas por una cápsula con pelos irritantes que deben manejarse con cuidado, nuestra interacción con el entorno natural requiere delicadeza y respeto. El nombre del género, derivado del griego «brachys» (corto) y «chiton» (túnica), alude a la corta cubierta de las semillas, una metáfora perfecta de la fragilidad y la fuerza que coexisten en la naturaleza y en nuestras acciones sobre ella.
Esta conexión diaria con los árboles de corteza de encaje se transformó en una fuente constante de inspiración para la instalación. Las flores de porcelana que empecé a crear no solo simbolizan la belleza y la fragilidad de lo natural, sino también la complejidad de nuestra interacción con el medio ambiente. La porcelana, un material trabajado por el hombre, se entrelaza con la forma y la esencia de las flores naturales, creando un diálogo visual y conceptual entre lo orgánico y lo artificial, entre lo efímero y lo duradero.
A través de este proyecto, invito a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza, recordando que, al igual que los majestuosos árboles de Brachychiton, somos parte de un ecosistema más amplio que exige nuestra atención y cuidado, un recordatorio de que lo natural y lo humano están inextricablemente conectados.
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